El visitante

Antes de que te fueras alguien llego a casa, pienso yo, cree el, que a quedarse. Maldito. Después te fuiste y el se quedo. Dejaste para el dos trampas, que estas le hicieron lo que el viento a Juárez. Hoy después de casi diez días de estar ahí busque papel y lápiz e hice un rápido inventario de lo que la trampa logro atrapar con su “fuerte pegamento”: tres pelos (míos de seguro) un grillo, un pedazo de galleta, tierra y polvo de croqueta. El ratón bien gracias, sigue paseándose por la casa como si fuera de el, lo imagino, caminando despacio viendo como en las mañanas cierro la puerta por fuera, para irme al trabajo y al verme marchar brinca lleno de dicha. Levanta las patas de enfrente como símbolo de triunfo. Se da vuelta, planea, (hasta ha de utilizar mi lista del refri el mada fucker) tiene todo para el: alimento, cama limpia, control, plástico que mordisquear, papel que deshacer, pero sobre todo es libre. Libre de andar, de caminar, de recorrer. Y por la noche lo sigue siendo porque yo, ya no soy la misma de antes, esa que llegaba y se dormía hasta tarde, hasta que todo estuviera listo, esa que bailaba en la cocina con sus jueves de salsa hasta muy noche, esa que buscaba cualquier cosa mal acomodada para dejarla perfecta. No. Ahora, hago lo que tengo que hacer, recojo lo que tengo que recoger y lavo lo que tengo que lavar. Pero no hay más, estoy cansada y me duermo tan temprano como puedo. Dormir para no pensar, dormir para no extrañar. Y al entrecerrar los ojos escucho al intruso seguir la fiesta muy de cerca, a unos cuantos pasos de ahí. Lo oigo caminar, recorrer, morder, el sigue su vida pues el no ve ni en las trampas ni en mi, ninguna amenaza que lo asuste.