La expresión equivocada

Ayer ya entradita la tarde Betty y yo salimos para ver lo hermoso que esta el día y las dos confesamos que es lo que nos gustaría hacer, si no estuviéramos trabajando en un día así.

- Se me antoja estar echada.- dice Betty al tiempo que se detiene de la reja y mueve una pierna para adelante y para atrás con bastante vuelo. Y yo pensando: haber si no le pega a algún cristiano, pero igual no le digo nada haber si se da la situación.
- Yo estaría afuera de mi casa, con las niñas y con chester.-le confieso mordiéndome un poco las uñas – pero un rato después, me metería a forrar los libros.

Hablamos de varias cosas, de mis hijas, de la navidad, de su novio y de ese remolino que tengo en la frente (lo descubrió la maldita)
Me gusta platicar con ella porque es sincera, me divierte y sobre todo porque la quiero mucho. Es ese tipo de compañera que siempre a estado aquí, pero no me había dado cuenta de lo valioso de su amistad.
Tal vez porque me deje llevar por ese gesto que tiene en su rostro, si, ese de fastidio que nada tiene que ver con ella y que a todos nos da una mala impresión.
Nos quedamos un buen rato afuera presas de el aire, del clima, de nuestra charla, y de ese ambiente del que pocas veces podemos disfrutar.

Decidimos entrar de nuevo a nuestro trabajo y nos despedimos en la puerta.

Por la noche, estando en mi casa habiendo terminado mis labores y de forrar libros, decidí sacar a Chester a pasear en compañía de mi hija la mayor, ya que el clima seguía perfecto, me senté en la banqueta y mi perro se echo a mi lado.
Recordé a mí amiga Betty, y sus deseos, trate de imaginarla recostada con ese gesto en su cara.
Ese que nada tiene que ver con ella.