Chuqui Boy

El maestro de obras soqui, chuqui o como quieran llamarle abre la puerta, me dice que si puedo llevarle agua por favor, que el no puede entrar, porque afuera hace mucho calor y adentro frío (y se limpia el sudor de la cara) y también pos como anda (y se voltea a ver los zapatos, pantalón, y camisola) todo cubierto de cemento. No me gusta compadecerme de la gente, mucho menos dárselos a demostrar, porque como todo buen ser humano, la mayoría termina queriendo sacar provecho de la situación y querer verle a uno la cara de pendeja. Aunque uno ya la tenga. Le digo que no llore, que aquí ala oficina no venga a darme explicaciones, ni a decirme que afuera hace un calor de la chingada. Sonríe. Me levanto, camino unos cuantos pasos, lleno el vaso de agua y se lo entrego en sus manos. Largo sorbo. Levanta la mirada. La fija en mí y me dice: -Préstame sus lentes -No -Andele usted no los ocupa -Que no!!! -Es que usted no los necesita, no los ocupa, es pecado traer lentes con esos ojos tan hermosos…. Silencio. -Que le valga madre… Soqui, chuqui o como se llama o lo apodan, baja la mirada, dice que ya no sabe como tratar alas mujeres y que a mi en especial. Me dice que estoy amargada, que no soy feliz con mi vida y me pregunta que si porque no puedo aceptar un halago. Cierro la puerta. Me siento y lo veo partir: con casco en cementado y chaleco naranja. Voltea y le saco la lengua, se ríe. Y yo no me rió para nada, ni siquiera sonrió. No se si seré la misma déspota de toda la vida o estaré un poco mas descarada, no se si de verdad luciré amargada o si en verdad estaré a gusto con mi nueva vida. Esa que me hace lucir cada mañana mas arrugas al final de mis ojos, pero que logran pasar desapercibidas pues las cubro, con mis amplios lentes negros. Los mismos que dice el maistro, que no me hacen falta para nada.