De pequeña mi papá me dio un solo consejo para encontrar al hombre ideal, casarme con el y ser feliz para toda mi vida. Aunque estoy segura que las cosas no se dan en ese orden, pero bueno. Papá mascullo cierto día: Fíjate que ese hombre traiga sus zapatos o tenis siempre limpios y que sus calcetines combinen ala perfección, si no vale madre.
Y ahí voy yo, caminando por la vida con la mirada hacia abajo. Que si en algún baile, alguien me extendía la mano, bolas ahí voy. No le veía ni la cara, ni las manos, tampoco me fijaba en que automóvil había llegado, ni si era el chico popular de la escuela, nel, toda mi atención se dirigía hacia su calzado.
Así crecí, “No este trae lodo”, “tampoco este, las agujetas estas sucias”, “este no, los calcetines no le combinan…”
Hasta que un día, mientras servia una coca con poco hielo frente ala fuente de sodas, divise a mi gran compañero y amigo, que laboraba duro frente ala parrilla, y lo que vi me obligo a verlo como algo mas que amigo y compañero: Los tenis Niké mas blancos que cualquier chico deportista pudiera traer.
Lo cual me llevo a pensar:
1.- O se los acaba de comprar o
2.- Este guey nomás los usa de aquí a su casa y de su casa pa aca.
Quien sabe, lo que si era cierto es que hasta la maldita suela le brillaba.
A la hora de comer, el tema salio a la platica, ahí el chico grande y fuerte de mcdonalds me confeso, que no salía de su casa sin limpiarlos, que se le hacia de pésimo gusto traerlos sucios, que no eran nuevos y que si, efectivamente, con ellos entrenaba.
Fue ahí mismo que me empecé a fijarme en lo fuerte de sus brazos, en lo grande de sus manos y recordé nuestros gustos por la música.
Listo, mi belleza tanto de mi alma como de mi ser lo convenció y empezamos a salir. No fue difícil enamorarme de el. Pasábamos mucho tiempo juntos y pude ser testigo de varios partidos donde los blanquitos llegaron a empolvarse fácilmente, pero al día siguiente, al recogerme en mi trabajo zas! Relucían de nuevo.
Al poco tiempo, nos casamos.
El calzado impecable me ha ayudado a obtener: doce años juntos, las tres nenas más bellas y hermosas, un hogar calido e impecable y un hermoso can dorado.
Todas las noches el 29 realiza su rito, ese que me llevo a el: sale con sus tenis en mano, y frente al lavadero los talla con un cepillo, los mira contra la luz, talla mas y lava sus agujetas, los toma y los lleva a secar a una parte alta. Y ahí expuestos al sereno duerme su secreto, su manía, esa que lo llevo cierto día, directito hacia mis brazos.
Y ahí voy yo, caminando por la vida con la mirada hacia abajo. Que si en algún baile, alguien me extendía la mano, bolas ahí voy. No le veía ni la cara, ni las manos, tampoco me fijaba en que automóvil había llegado, ni si era el chico popular de la escuela, nel, toda mi atención se dirigía hacia su calzado.
Así crecí, “No este trae lodo”, “tampoco este, las agujetas estas sucias”, “este no, los calcetines no le combinan…”
Hasta que un día, mientras servia una coca con poco hielo frente ala fuente de sodas, divise a mi gran compañero y amigo, que laboraba duro frente ala parrilla, y lo que vi me obligo a verlo como algo mas que amigo y compañero: Los tenis Niké mas blancos que cualquier chico deportista pudiera traer.
Lo cual me llevo a pensar:
1.- O se los acaba de comprar o
2.- Este guey nomás los usa de aquí a su casa y de su casa pa aca.
Quien sabe, lo que si era cierto es que hasta la maldita suela le brillaba.
A la hora de comer, el tema salio a la platica, ahí el chico grande y fuerte de mcdonalds me confeso, que no salía de su casa sin limpiarlos, que se le hacia de pésimo gusto traerlos sucios, que no eran nuevos y que si, efectivamente, con ellos entrenaba.
Fue ahí mismo que me empecé a fijarme en lo fuerte de sus brazos, en lo grande de sus manos y recordé nuestros gustos por la música.
Listo, mi belleza tanto de mi alma como de mi ser lo convenció y empezamos a salir. No fue difícil enamorarme de el. Pasábamos mucho tiempo juntos y pude ser testigo de varios partidos donde los blanquitos llegaron a empolvarse fácilmente, pero al día siguiente, al recogerme en mi trabajo zas! Relucían de nuevo.
Al poco tiempo, nos casamos.
El calzado impecable me ha ayudado a obtener: doce años juntos, las tres nenas más bellas y hermosas, un hogar calido e impecable y un hermoso can dorado.
Todas las noches el 29 realiza su rito, ese que me llevo a el: sale con sus tenis en mano, y frente al lavadero los talla con un cepillo, los mira contra la luz, talla mas y lava sus agujetas, los toma y los lleva a secar a una parte alta. Y ahí expuestos al sereno duerme su secreto, su manía, esa que lo llevo cierto día, directito hacia mis brazos.